domingo, 7 de diciembre de 2014

Las hormigas no




Dile a Julieta  
que no se asuste de ver a las hormigas en fila india subiendo por las paredes desde el jardín hasta su ventana, agrupándose en cada rincón de la cocina y en la periferia de la mesa del salón, a la hora de la merienda. Que deje de preguntarse qué les pasa, por qué reniegan de la hierba, de la tierra, del aire y de las raíces para instalarse en un mínimo apartamento de moqueta, migas de pan y polvo, aroma a pino químico y tuberías picadas.
Desde que los ángeles fuman lo hacen a escondidas sobrevolando el jardín, arrojando las colillas entre los setos. Eso sí, antes apagan los cigarrillos retorciéndolos en algún teledirigible, en antenas parabólicas, en cometas huérfanas. Y como los ángeles no son sobrios ni moderados, ni conforman un término medio sino que tienden a los extremos (cielo/infierno, anochecer/amanecer, verano/invierno, hombre/hombre), o no fuman porque no recuerdan que fumaban o se fuman aproximadamente dos cajetillas diarias, con lo cual al jardín lo llamaremos cenicero repleto.
            Dile que los ángeles fuman pero las hormigas no. Que por eso emigran y suben a su casa. Que no se alarme porque sean gruesas como iguanas, ni porque se emborrachen con licor de menta. Dile que deje de matarlas una a una, cuerpo a cuerpo. Que coja su mejor tirachinas. Que apunte al cielo. Que ahí comenzó todo.
            Díselo.

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