sábado, 30 de noviembre de 2013

El ánfora



De pronto, recuerdo que no existo.
Y si no existo, no tengo brazos.
Y si no tengo brazos, no puedo ser una barca.
Por no tener, no tengo inquietudes
ni interés por la ubicación de los extintores
ni obligación de regar los geranios radioactivos
ni miedo a que el secador me explote en la cabeza
ni manías sentimentales, ni actitudes refractarias.
Y, sobre todo, no tengo… que madrugar.
A mí me mató un cubito de hielo
a las cinco y veinte aproximadamente.
Yazgo enterrada debajo del ánfora, 
en una oscuridad de cerámica.
Desde que no existo,
no soy tan desgraciada.

De Esta dichosa ansiedad doméstica

6 comentarios:

  1. El enorme peso de la vida se ve compensado
    (a veces) con la belleza de momentos livianos, acariciables.

    Señorita Román, esto le salió perfecto!

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  2. Es que sin lo liviano no se sobrelleva lo profundo.

    Gracias, señor Falabella :)

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