sábado, 26 de noviembre de 2011

Imagínate


¿Te imaginas que los detergentes para vajillas no fueran tan eficaces como aseguran sus fabricantes, y no borraran las huellas de los labios y dedos que se posan en las tazas, vasos, platos y cubiertos? ¿Que el cristal, el acero y la loza, conservaran desde el primer hasta el último aliento de quienes saciaron su sed o su hambre en ellos? ¿Que en un mismo vaso convivieran las pulsiones de un niño de tres años y una niña de siete siglos, del esposo que pernocta en los sexos clandestinos, de la vecina indiscreta, del suegro que sorbe (por costumbre) y babea (por la edad), de la cuñada subjetiva, de los amigos cómplices de uno u otro bando, de la madre indignadísima a la vez que neutral, de todos cuantos se internaron en el hogar figurado y degustaron cualquier bebida o manjar? ¿Que ninguno de los mil y un lavados hubieran hecho desaparecer la presión de la carne sobre el aparentemente inmutable ajuar compartido? 

         ¿Te imaginas que, al acercar un día tu boca a una copa, vieras todas las firmas de la traición y, sin pánico ni asco, pegaras tus labios a ese apócrifo cáliz y bebieras de las farsas licuadas, y sintieras que el agua que corre por tu garganta es un cúmulo de salivas calientes e infecciosas que sólo inducen a la autocompasión y al vómito?   

(Estrellas la copa contra la pared. Lanzas los cubiertos como dardos contra el telón invisible, los platos contra el techo. Te cubres la cabeza con los brazos para protegerte del orgullo que cae, hecho añicos).  

¿Te imaginas? 

            Te lo crees.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Destrucción de algunos tópicos sobre una escalera

Peldaño a peldaño
quien sube, espera
llegar a su destino,
tumbar lo vertical.
Se debería intuir que
al final de cada tramo
hay otro tramo y, si no,
eso que llaman meseta.
Si prevalece ascender,
impera la ley del giro
de ciento ochenta grados.
Por aquello que sube
o se aprende a bajar
o se aprende a caer.

De Destrucción de algunos tópicos sobre lo incierto

jueves, 10 de noviembre de 2011

Compositora de palimpsestos

En efecto, comenzaba a oscurecer,
y yo tenía la vista cansada de estar de pie.
Lo que estaba leyendo, no lo entendía;
se suponía que lo había escrito yo
pero ésa no era mi letra.
El manuscrito narraba la típica historia
en la que, al final, todos se mueren.
Sólo cuando esa gran luna inmensa,
a la que llaman nueva existiendo
desde el primero de los siglos,
fue escupida contra mi ventanal,
pude leer la verdadera historia,
oculta tras una segunda tinta,
que narraba cómo se mueren
todos menos nosotros.