viernes, 29 de julio de 2011

Génesis

Fue en una playa del sur, fue en la infancia,
fue un domingo cuando descubrí el mar.
Mi madre tuvo que sacarme del agua
arrastrándome, boca abajo, por los pies 
para que no me la bebiera entera,
pero a cambio se aferraron a mi barriga
un guijarro y ciento veinticuatro rocas.
He crecido en dirección a las moragas y,
o algo ha debido salir mal,
o nada ha salido bien.
Rastreando la arena he venido
a las dunas, vendo cocos
y pensamientos.

De Ocho paradas en la arena

miércoles, 20 de julio de 2011

El camino

Había señales de ruedas en el camino.
Los marcos de las puertas y ventanas de aquella casa de tejado plano
estaban perfectamente delineados por la caída angulosa de la hiedra.
En el salón, cuatro cuadros contenían, cada uno, cuatro cuadros dentro.
Una televisión sin cables emitía un documental sobre los diversos tipos de cajas fuertes.
En la cocina, el fregadero compartía el espacio con una mesa invadida por dados.
Complementaban la penumbra del dormitorio
una cama de matrimonio y un techo de espejo.
No había pasillo. Al salir de una habitación se entraba en otra.
Abrir y cerrar puertas no era bastante para encontrar la salida.
Subí por la chimenea hasta llegar al tejado.
En el cielo colgaba una foto enmarcada de la Luna.
Llovía. Caían bloques de gotas sobre las hojas cuadradas de los cuadrados árboles
y borraban
las señales de las ruedas
que una vez dibujaron
el camino.

miércoles, 6 de julio de 2011

Tengo manos

Soy la mujer sin manos. La que en vez de limarse las uñas se abrillanta los muñones. Porque nací sin manos he tenido que salir a buscarlas y luchar por ellas. Todas las noches cavo con los dientes la negra tierra de los cementerios. Porque no tenía manos, tengo ahora no dos ni cuatro sino tantas como he necesitado. Abro un cajón del armario, introduzco los brazos hasta los codos, tengo manos; unas manos blancas de finísimos dedos, suaves, manos para un piano. Abro otro cajón y me pruebo las manos marrones, llenas de callos y heridas, sin uñas o rotas; son las manos de trabajar. En ese cajón guardo las manos anchas y rosas, calientes, que huelen a caricias y a postres, manos de madre, madre... Pero si hay unas manos con las que me identifico plenamente y con las que quisiera morir, son éstas que llevo puestas: manos sin dedos, palmas estériles, cinco vacíos. La posibilidad de coger algo (tengo manos). La imposibilidad de retenerlo (no tengo dedos).


De A propósito de los cuerpos